Dice la leyenda que el rey de Siracusa dio a su orfebre 20 onzas de oro para que le fabricara una corona de oro puro.

Unas semanas después el orfebre entregó al monarca una hermosa corona. Pero el rey, que era muy desconfiado, sospechó que el orfebre había querido engañarle. Por eso, hizo llamar a un sabio de su reino llamado Arquímedes.

Le encargó que averiguara si la corona se había fabricado con las 20 onzas de oro y si era de oro puro, y le recalcó que debía lograrlo sin hacerle ni un solo rasguño.

Arquímedes, para cumplir su cometido, solo pidió una cosa al rey: una pepita de oro.

La pepita no era el coste de su servicio, sino la clave para resolver el problema de la corona.